martes, 16 de octubre de 2012

DE RECETAS. DULCE QUE TE QUIERO DULCE


Hoy me asomo de nuevo a este espacio para compartir una de mis incursiones en el mundo de la repostería. Probablemente con la que pueda que sea mi tarta favorita, bueno, compartiendo ese puesto con otra realmente especial y que pronto compartiré también cono todos los que tengan la amabilidad de visitar este pequeño rincón de la red.

Se trata de la tarta de queso. Una tarta de sencilla preparación y que puede ser un magnífico colofón a cualquier comida.

Para elaborarla empleé para la base dos paquetes de galletas ( unas 20 o 25 aproximadamente ) tipo chiquilín o similar, yo las use de una conocida marca blanca, unos 80 gramos de mantequilla y un par de cucharaditas de azúcar vainillado.

Para el relleno necesitamos dos tarrinas de queso de untar ( 400 gr ) un yogurt griego, 200gr de azúcar, 6 huevos y dos yemas y tres cucharadas de harina de repostería.

La cobertura es al gusto, para ello podemos emplear mermelada de la que más nos guste. Yo por ser un poco purista utilicé confitura de arándanos.

Bueno pues ya que tenemos los ingredientes vamos a la tarea.

En primer lugar, y mientras calentamos el horno a 180º, trituramos las galletas hasta convertirlas  en una especie de harina. Cuanto más molidas mejor nos quedará la base. Un consejo, lo mejor es hacerlo con la batidora. El que suscribe lo hizo totalmente a mano y créanme, hasta lograr la textura deseada el brazo sufrió lo suyo.

Una vez tengamos las galletas trituradas derretimos la mantequilla, y cuando este líquida la mezclamos con las galletas y el azúcar vainillado, formando una pasta lo más homogénea posible.

Sobre la base un molde de horno desmontable extendemos la pasta lograda con la ayuda de una cuchara o los dedos, procurando elevarla un poco por los bordes.
                                                                   

Introducimos el molde con la pasta en el horno y dejamos cocer unos diez minutos al objeto de lograr que pierda la humedad de la mantequilla y se dore.

En un bol colocamos el azúcar junto con los huevos. Lo batimos todo hasta lograr una mezcla lo más uniforme posible. Nos ha de quedar algo espumosa y blanquecina.

Añadimos el queso, el yogurt y las cucharadas de harina y batimos todo hasta que la nos quede una masa uniforme y sin grumos. Esto último es muy importante.

Para entonces la base ya estará casi crujiente. La retiramos del horno, dejamos que enfríe un poco y vertemos sobre el molde todo el relleno.
                                                      

Subimos la temperatura a 200º y lo introducimos en el horno no sin antes tapar con papel de aluminio para evitar que se nos queme.

Pasados diez minutos bajamos la temperatura a 180º y dejamos cocer una hora más.

Transcurrido ese tiempo con un tenedor o con una barra de brochetas comprobamos si el interior de la tarta está aún húmedo o no. Si es así la dejaremos unos minutos más. Si por lo contrario este sale seco apagamos el horno y dejamos la puerta entreabierta para que la temperatura vaya bajando poco a poco.

Una vez enfriada sacamos la tarta y la desmoldamos. La textura debe ser similar a la de un flan solo que un poco más consistente.
                                                                                   
La cubrimos con la confitura elegida y la dejamos en la nevera hasta el día siguiente. Se que será difícil tener paciencia, sobre todo para los más golosos de la casa ( que no siempre son los más pequeños ) pero créanme merece la pena esperar. Y cuando llegue el momento no duden de que será, todo un placer.
 

 
 

lunes, 8 de octubre de 2012

SUBLIME LONGEVIDAD


Poco a poco he ido acumulando en mi húmidor una pequeña colección de lo que yo considero pequeñas joyas que trato de cuidar con esmero y que espero al momento adecuado para degustarlas.

Entre ellas guardaba un par de Montecristo Sublimes, Edición Limitada de 2008, que he dejado  añejarse durante cuatro años.

Y hoy, después de probar una receta recomendada por La cova del Llop Marí (http://la-cova-del-llop-mari.blogspot.com.es/ )he decidido rematar la tarde encendiendo uno de esos Montecristo, maridándolo con un whisky no muy difundido y que también guardaba con el mismo esmero. Y ha sido todo un acierto.
 
La receta en cuestión ha sido unos filetes de salmón fresco en salsa de limón y azafrán acompañados con unar verduritas al vapor aromatizadas con con curry y orégano. Un plato sencillo, sabroso, ligero  y sencillamente espectacular. Creo que cualquiera que entre en este espacio debería atreverse con ella, el éxito está garantizado.

El cigarro es una vitola de galera Sublime, con una longitud de 160mm y un cepo 54, elaborado con tabaco sometido a una doble fermentación.

Un cigarro de aspecto imponente, con una capa en origen carmelita oscuro a la que los años en el humidor han ido oscureciendo aún más. En frio nos deja aromas muy profundos a tabaco, heno y cuero.

Como maridaje he escogido un whisky blended de doce años, un Old Parr. Whisky de un precioso color dorado, muy limpio, que en nariz es ligero y fresco con un toque floral y leves notas de roble. Como curiosidad reseñar la leyenda  nos cuenta que el viejo Parr, al cual debemos esta delicatessen llegó a vivir 152 años, y así queda reflejado en la original labrada botella en la que se nos presenta.
 
                                                      

En boca percibimos esa misma limpieza, con recuerdos a melocotón, almíbar y fruta madura.
Desde la primera bocanada, el cigarro se muestra increíblemente sabroso, proporcionando bocanadas muy amplias y aromáticas.
Apreciamos en su primer tercio algunas notas a cacao, y frutos secos, dejándonos al final algunas puntas dulzonas.
En este estadio de la fumada, la combinación con el whisky denota la preeminencia de este último, proporcionándonos unas leves puntas amargas.
A partir de este punto, y entrando en el segundo tercio del cigarro, comienzan a desvelarse sabores con recuerdos a tierra, manteniéndose el cacao y apareciendo de un modo algo más marcado la madera.
 
                                                      

Según avanzamos en la fumada la fortaleza se acrecienta, y la conjunción con el whisky nos descubre un complejo conjunto equilibrado de sabores que yo calificaría de espectacular, haciendo que el paso en boca sea extremadamente agradable y suave.

Es entrando en el tercer tercio cuando a la par que aumenta la fortaleza del cigarro y disminuyen las puntas dulzonas se incrementan los sabores terrosos y en armonía con el whisky nos deja una muy agradable cremosidad en boca.  

Tanto el tiro como la combustión son perfectos, no siendo necesaria la rectificación en ningún momento.
Una fumada de las que nos cuesta trabajo asumir que ha de finalizar y cuyo maridaje con este espirituoso nos dejará plenamente satisfechos. Como siempre, todo un placer.