domingo, 29 de junio de 2014

LECCIÓN DE VIDA


Hoy me siento a escribir las que hasta la fecha son las líneas más difíciles de mi vida, difíciles porque lo hago desde el vacio, la nostalgia, la tristeza… pero a la vez también lo hago con esperanza.

Siempre he dicho que los habanos son unos excelentes compañeros en los momentos alegres, para compartir con los amigos, magníficos acompañantes de tertulia… pero también lo son a la hora de reflexionar, de quedarnos solos con nuestros pensamientos… y en este momento, por que no decirlo, bastante duro, a la vez que se va quemando mi cigarro, mi única compañía,  fluyen hacia mi mente pensamientos y recuerdos de quien se ha ido.
 

Una pérdida siempre es difícil, pero cuando quien se va es quien ha marcado tu vida desde tu primer aliento, quien sabes que con mejor o menor acierto pero siempre con buena voluntad ha dado lo mejor de si para llevarte a donde estas, a quien debes lo mucho o poco que has conseguido y desde luego todo lo que eres… el nudo se hace muy complicado de deshacer.

Solo han pasado unos días, y, aunque parezca una incongruencia, parece haber pasado una eternidad y al mismo tiempo no terminas de creértelo. Te reprochas lo que no has dicho, lo que no has hecho, el no haber podido estar junto a él en ese trance, o al menos haberle hablado o visto una vez más… y las lágrimas pugnan por salir, pugnan por salir y las evitas porque sabes que una vez afloren no podrás contenerlas, porque nada puede hacer que se detenga, porque nada puede reparar la pérdida y porque no hay segundas oportunidades para decir lo que no se ha dicho, hacer lo que no se ha hecho.

Y mientras las volutas de humo que suben se mezclan con las imágenes y los recuerdos, esos reproches que uno se echa encima se tornan en necesidad de escribir, de escribir para al menos de este modo decir lo que nadie le dijo, reconocerle lo que ni yo mismo supe hacer, y agradecerle lo que nunca llego a oír.

Decirle que le echo de menos, que siempre, en mis largas estancias por lejanas tierras nunca deje de acordarme de él, reconocerle su intención, su labor, todo lo que me dio, y agradecerle su esfuerzo. Porque aunque tal vez nunca supo ser muy expresivo, y eso es algo de lo que yo tampoco puedo presumir, supo demostrar lo que sentía como se hacen las cosas cuando se hacen de verdad, con hechos y no con palabras.

Y hasta en este último momento ha sabido irse enseñándome. Enseñándome que no podemos perder una sola ocasión de demostrar nuestros sentimientos a aquellos que queremos de verdad, y que los únicos besos que recuerdas para siempre y los únicos “te quiero” que no olvidad jamás son aquellos que no diste, son aquellas palabras que no pronunciaste.
Hoy no puedo terminar como de costumbre, pero si quiero hacerlo diciendo algo que si es todo un placer. GRACIAS. TE QUIERO.