Después de unos días bastante
duros en lo que a trabajo se refiere, llegó el momento de relax. Siempre he estado
de acuerdo con esa afirmación que dice que la gran ventaja de un fumador de
habanos es que no es esclavo de un vicio, sino dueño de un placer. Y es por
ello que, al menos en mi caso, siempre me guio por una máxima fundamental, y es que por mucho que me apetezca saborear
uno de mis cigarros, si el momento no acompaña, si no voy a disponer del tiempo
y la tranquilidad adecuados, si el ambiente no es el ideal y si mi estado de
ánimo no me invita claramente a ello, ni me planteo encenderlo. Así es que durante
estos días tan intensos no he podido disfrutar del sabor y el aroma de estas
autenticas obras de arte.
Pero al fin las cosas volvieron a
una relativa normalidad, y entonces sí,
entonces supe que era la ocasión
acertada. Y para ello lo prepare todo con sumo esmero. Era mi momento y quería
disfrutarlo de la mejor manera posible. Y como compañero elegí a todo un
clásico del vitolario. Y aquí voy a hacer una pequeña reflexión.
De un tiempo a esta parte, he
venido observando que en las estanterías de no pocos estancos cada vez es más
difícil encontrar esos cigarros que todos consideramos clásicos. Estamos
envueltos en una espiral en la que solo vamos buscando las últimas novedades,
esos cigarros que sabemos que se acaban de presentar, la mayoría de ellos con su
vistoso marchamo de edición limitada. No importa que sepamos por experiencia
que es mejor dejarlos unos meses en el humidor, que puede que incluso por culpa
de tanta prisa nos decepcione, da igual… y yo, desde luego no estoy exento de
ello. Casi sin darnos cuenta, olvidamos o dejamos de lado autenticas maravillas
que parece que poco a poco van languideciendo, que los fumadores de toda la
vida se han ido olvidando de ellos, tan toscos de aspecto a veces, tan sobrios,
tan poco llamativas sus anillas… sin caer en la cuenta que detrás de esa
tosquedad, de esa sobriedad… se encuentra la verdadera esencia de los habanos.
Como iba diciendo, para esta
ocasión elegí uno de esos clásicos. La
que probablemente sea, en mi modesta opinión, la mejor campana del todo el
vitolario junto con la de Sancho Panza, y de una de mis marcas de cabecera. Me
refiero a un Romeo y Julieta belicoso.
Es un cigarro figurados de esos
cuyo aspecto puede parecernos algo tosco, con un cepo 52 y una longitud de
140mm y una capa colorada que a mi particularmente me encanta a la vista.
Y para rematar el ambiente, busqué
la compañía de otro clásico, la del programa de jazz por excelencia de la radio
española, dirigido desde hace más de 40 años por toda una leyenda, Juan Carlos
Cifuentes, “Cifu”.
Así, la velada transcurrió entre
las notas del gran Thelonious Monk y las evoluciones de un cigarro que me fue
dejando sabores realmente auténticos, con recuerdos a cuero, potentes notas de madera, puntas dulces y
especias.

Y el intenso aroma del cigarro
junto con esas notas increíbles y envolventes hizo el resto para lograr esa
atmósfera perfecta que convirtió ese ansiado momento en todo un placer.