En más de una ocasión he hablado
o realizado algún comentario sobre lo que yo llamo “mi refugio”, aunque alguien
en ocasiones lo califica como “mi cueva”. Pero dejando a un lado el cómo lo
llamemos, lo cierto es que todos tenemos un lugar que es especial en cierto
modo. Un lugar en el que nos sentimos particularmente cómodos, en el que nos
gusta sentarnos a disfrutar de lo que más nos gusta, a pensar… o simplemente a
dejar pasar el tiempo relajándonos.
No importa como sea su aspecto,
como esté decorado, lo grande que sea… lo importante es cómo nos sentimos
cuando estamos en ese lugar. Puede ser
un viejo sillón en una esquina de nuestro salón, una pequeña biblioteca o
despacho… y en mi caso, es mi terraza.
No es que sea muy grande ni
espectacular, pero tiene algo que lo considero todo un lujo, y es que puedo
disfrutarla prácticamente todos los días del año. Ventajas de vivir en un lugar
con un clima privilegiado. Pero como ya he apuntando, lo importante no es como
sea, sino las sensaciones y experiencias que me proporciona “retirarme” a ese
lugar.
Lugar que por fin, después de
casi nueve años he podido reformar tratando de hacerlo más acogedor. Pero aun
durante ese proceso de reforma, y entre polvo, ladrillos, pintura y latas, he
seguido disfrutando de ella. No he necesitado más que una silla de plástico,
una lata de pintura empleada como mesa improvisada, un palé donde apoyar una
lámpara con su solitaria bombilla al aire y, por supuesto, la compañía de mi
mujer.
Ah, y como no, un buen cigarro
que disfrutar mientras hablábamos o me sumergía en una interesante lectura,
como no, otra de mis pasiones.
Nuestro momento preferido es al
anochecer, cuando la temperatura es algo más que agradable y podemos disfrutar
de una rato de tranquilidad.
Un cigarro muy recurrente para
esos momentos, por tamaño y características ha sido el Macanudo 1968 Titán. Una
de mis incursiones en el mundo de los cigarros no originarios de Cuba. Y como
compañera, ideal por su cuerpo, sabor, y perfecta para las temperaturas de esta
época del año, una Alhambra 1925 bien fría.
Es este un cigarro cuyo aspecto
impone. Con una longitud de 102mm y un cepo 60 su porte es muy diferente de los
cigarros más habituales, provisto además de una bonita capa color colorado
oscuro.
Su aroma en frio nos proporciona
notas muy profundas a cuero y cacao. A la hora del corte y el encendido, y dado
el cepo, mi recomendación sería emplear un cortapuros del tipo tijera y un
encendedor torch. Al menos fue así como
yo lo hice y no tuve ningún problema.

Prácticamente desde la primera
bocanada, estas son muy amplias y sabrosas, con un intenso sabor a tabaco,
notas tostadas y cacao.
Por el contrario de lo que
pudiera parecer, su fortaleza podemos considerarla, al menos durante lo dos
primeros tercios, entre media y media-alta
Como es lógico en un cigarro de
sus características, el tiro es excelente durante toda la fumada, y la
combustión bastante pareja y buena.
Es un cigarro bastante lineal en
sabores y sensaciones, que acaba dejándonos ciertas notas picantes y algún que
otro recuerdo tostado muy al final de la fumada, pero que mantiene durante permanente
ese sabor a tabaco y a cacao intensos.
Probablemente no sea un cigarro
muy popular, pero que puedo recomendar sin temor a equivocarme a los amantes de
las sensaciones más intensas.
Un buen compañero para esos
momentos de descanso en “mi refugio” que ya sea en su aspecto anterior, ahora
en mitad de la obra, o cuando esta haya acabado, será testigo de momentos
realmente placenteros e inigualables.
Y todos serán, como siempre, todo
un placer.
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