Por fin tengo la posibilidad de
sentarme de nuevo ante una hoja en blanco para compartir una de esas
experiencias que sería del todo injusto quedársela para uno mismo.
Motivos profesionales me han
llevado a pasar dos semanas en una de las capitales europeas más bellas y
emblemáticas, y no me equivoco al decir que he encontrado uno de esos lugares
que te cautivan y llenan de un modo muy especial. La ciudad en cuestión no es
otra que Viena, la capital austríaca.
Y
el hecho de haber tenido la posibilidad de “vivir” la ciudad, no de
visitarla con meros fines turísticos, me ha dado una visión muy particular y
completa de ella, convirtiendo mi estancia en toda una experiencia.
Lo primero que me viene a la
mente, lo primero que me nace expresar, es que es una ciudad que te enamora y
atrapa, no sólo por la belleza de sus calles e innumerables palacios y
edificios señoriales, sino por su ambiente.
Es Viena una ciudad para ser
“andada”. Para disfrutarla hay que recorrerla a pie, perderse por sus calles,
sus cuidados e impresionantes parques y
saborearla lentamente. Y cuenta con la gran ventaja de que es extremadamente
cómoda para ello. Dispone también de una excelente red de transporte público,
con autobús, metro y tranvía, pero que, a pesar de todo, recomiendo olvidar y
como he mencionado dejarnos llevar por nuestros propios pasos.
No quiero convertir estas líneas
en un listado de monumentos y lugares que cualquier guía turística nos expondrá
sin lugar a dudas con más detalle del que pueda hacerlo yo, pero si quiero
mencionar los lugares que a mí personalmente me han llenado de un modo
especial.
En primer lugar quiero hacer
mención a su maravillosa catedral, Stephansdom, de estilo gótico y que se
comenzó a construir en el siglo XII, lugar que considero de visita obligada.
No muy lejos de esta, a escasos
150m encontramos una pequeña iglesia, la iglesia Rectoral de San Pedro, una
auténtica belleza barroca, que data del siglo XVIII, que nos ofrece no sólo la
oportunidad de contemplar sus maravillas, sino que además tiene una oferta muy interesante, ofreciendo conciertos de
música sacra en la misma iglesia casi a diario, así como conciertos de música
clásica en su cripta. La visita a este lugar fue uno de los momentos sin duda
más especiales de mi estancia en la ciudad, visita que repetí en varias
ocasiones durante la misma.
Y aquí quiero hacer mención a la
inmensa oferta cultural de la ciudad, entre la cual quiero destacar su Museo de
Historia del Arte o Kunsthistorisches Museum, situado muy cerca del palacio
imperial.
Las colecciones griega, romana o
egipcia son impresionantes, al igual que el interior del edificio en sí. Su
pinacoteca me atrevo a decir que es de visita obligada, y tuve la inmensa
suerte de coincidir con una exposición dedicada a uno de nuestros grandes, Velázquez,
pudiendo contemplar en la misma obras que, en muy pocas ocasiones por no decir
nunca, se tiene la oportunidad de admirar juntas, obras entre las que me
impresionó de manera especial la Venus del espejo.
Como ya he comentado, la ciudad
invita a pasear, y a eso me dediqué después de las mencionadas visitas,
admirando sus calles y empapándome de su vida, pues es Viena una ciudad con una
gran vida en la calle, llena de cafés, alguno tan emblemático como el Café
Central, y algo muy importante para los amantes de los habanos como yo, una de
las pocas ciudades europeas donde aún se permite fumar en algunos locales. No
obstante, si el tiempo acompaña, tenemos gran cantidad de terrazas en las que
sentarnos a disfrutar de un habano y de alguna de las diferentes variantes de
café típicas, al tiempo que contemplamos
esa agradable vitalidad que desprende Viena, sobre todo al caer la noche cuando
todas esas terrazas se llenan.
Ese fue exactamente mi caso, y
como el lector puede imaginarse es algo que no perdí la oportunidad de hacer en
varias ocasiones, al tiempo que preparaba estas líneas y alguna cata que en
breve llegará a este espacio.
No pude tampoco dejar de visitar
alguna de las famosas pastelerías donde hacen de modo artesanal ese otro
emblema de la ciudad que es la tentadora tarta Sacher.
Es especialmente atractivo
perderse al atardecer por las calles del centro y descubrir la gran cantidad de
pasajes y galerías semiescondidos entre los impresionantes edificios donde
podemos encontrar desde tiendas de antigüedades hasta los más recomendables
restaurantes y pequeños locales donde
degustar una copa de vino en un ambiente inigualable.
Un experiencia realmente
inolvidable y del todo recomendable, sencillamente y una vez más, todo un
placer.
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