Hace ya algunos años, cuando me iniciaba en el mundo de los habanos, probé, he de confesar, que prácticamente por azar, una combinación que dejo huella en mi, pues ese momento se me ha quedado grabado en la memoria. Pero por circunstancias, hasta ayer no volví a maridar las dos maravillas de las que hablaré hoy.
El momento era el ideal, y la situación perfecta.
Una tarde típica otoñal en la costa oriental andaluza, soleada, con una temperatura fresca pero agradable y el viento de levante levantando las olas.
Una terraza desde la que contemplar y sentir el mar embravecido y de fondo sonando la música de otro de mis clásicos favoritos, The Police.
Estaba literalmente embelesado contemplando entre mis dedos el cigarro que tantos recuerdos me traía cuando el camarero me sirvió el compañero que para él había elegido. Un brandy malagueño y clásico, un Larios 1866, brandy muy fácil de beber y muy equilibrado.
Elevé la copa y la sostuve unos segundos haciendo girar el precioso líquido en su interior tratando de darle algo de temperatura con el calor de mi mano al tiempo que me acercaba para recrearme en sus aromas que poco a poco iban subiendo.
De ese color caoba intenso me llegaron notas de madera vieja, con leves toques de pasa. Un aroma suave y algo dulzón que me hacía presagiar un momento de disfrute sin igual.
Deje la copa sobre la mesa y me dispuse a efectuar el corte del cigarro. Este era un Vegas Robaina Unicos, creación del entrañable veguero Don Alejandro Robaina .
Su vitola de galera es pirámide, con una longitud de 156mm y un cepo 52. Para el corte empleé mi inseparable y ya castigado cortapuros de doble hoja. Busqué un corte lo más cercano el extremo posible para así darle un plus de fortaleza al cigarro.
Las primeras bocanadas ya me mostraron la deliciosa cremosidad de este habano, con un profundo sabor a tabaco, notas de tierra y algunas puntas dulces.
Al combinarlo con el brandy esta cremosidad se acentuó junto con las notas especiadas y la vainilla de este.
El cigarro fue evolucionando de un modo espectacular, apareciendo la madera y un dulzor suave con algunas notas saladas que con el brandy en boca dejaban una sensación muy agradable.
Su intenso y agradable aroma se hizo notar ya en este punto.
En el tercer tercio la fortaleza media del cigarro se tornó en media-fuerte, y el regusto dulce de este hermanó a la perfección con el brandy, potenciando su cremosidad.
Todo un momento de relax, con unas vistas y un ambiente inmejorables que me hicieron disfrutar de este más que recomendable maridaje. Desde luego, y de nuevo, todo un placer.
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