domingo, 16 de junio de 2013

DE REGRESO. UN MARIDAJE DE LUJO


Una vez más, diversas obligaciones y circunstancias me han mantenido apartado de este espacio, y ha llovido mucho, en sentido figurado, pero también literal, desde que me asome por última vez a este espacio para compartir mis momentos y experiencias.

Pero en todo este tiempo, no  he dejado de acumular material para poder recobrar la actividad que se ha convertido en mi mayor hobby, y que no es otra que hacer partícipe a quien así lo desee, de esas experiencias a través de estas líneas.

Y para mi regreso nada más apropiado que hacerlo por todo lo alto, porque en este tiempo he tenido la oportunidad de probar algo que muy pocas veces se pone a nuestro alcance.

En muy contadas ocasiones tenemos la oportunidad de aunar en un mismo momento dos auténticas  maravillas como las que pude disfrutar hace un par de semanas.

Una sucesión de elementos que han dado como resultado una comida y una sobremesa difíciles de olvidar y de repetir.

Como plato elegido una increíble carne de buey que no necesitó más que una piedra a la temperatura adecuada y un poco de sal Maldom para aderezarla. Y para acompaña esa carne, un vino muy singular y que a cualquiera que tenga la oportunidad de probarlo le sorprenderá muy gratamente,   Palomero 2000.  Un ribera del Duero singular y no muy fácil de encontrar.   
                   

Como no podía ser menos, el colofón a tan magnífica comida debía estar a la altura, y nada mejor que la combinación de dos auténticas joyas. El cigarro, uno de esos tabacos que son ya prácticamente imposibles de encontrar, y que pocos han tenido el privilegio de degustar, un Ramón Allones Phoenicios edición exclusiva para Oriente Medio, y el destilado un single malt realmente exclusivo, Glenfarclas The Family Casks 1964.
                                                                               

El cigarro en cuestión es una vitola de galera Sublimes, con un cepo 54 y 164mm de longitud.

Un cigarro de estampa magnífica, de capa colorada oscura y tacto esponjoso. Después de más de cuatro años añejando en mi humidor el punto alcanzado era perfecto, y el compañero elegido no le iba a la zaga.
                                                        

El corte, con mi gastado pero inseparable cortapuros de doble hoja fue perfecto, y el encendido lo realicé con un torch de llama simple y ya desde el primer momento, con la primera bocanada el cigarro comenzó a revelar sus espectaculares características.

Profundo sabor a tabaco, con notas de madera y frutos secos y una leve punta dulzona… y todo ello acompañado de amplias y sabrosas bocanadas cuyo humo dejaba en la estancia un aroma  realmente espectacular.

El maridaje no pudo ser más acertado y satisfactorio, mezclándose a la perfección el ligerísimo toque ahumado del destilado con la madera del cigarro. El destilado, redondo en boca, al igual que el cigarro, acompaño a este durante los tres tercios de la fumada, llenándome de sensaciones y haciéndome disfrutar cada bocanada. Una combinación de lujo que nos deja con la sensación de lamentar el final de nuestro cigarro. Y en esta ocasión aun más, pues era mi último ejemplar y difícilmente volveré a encontrarme con tan magnífica labor de tabaco.

Un momento realmente sublime y una excelente forma de retornar a esta su ventana a los pequeños placeres de la vida. El momento disfrutado, y por supuesto poder volver a compartirlo, fue, y es todo un placer.

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