Una vez más, diversas
obligaciones y circunstancias me han mantenido apartado de este espacio, y ha
llovido mucho, en sentido figurado, pero también literal, desde que me asome
por última vez a este espacio para compartir mis momentos y experiencias.
Pero en todo este tiempo, no he dejado de acumular material para poder
recobrar la actividad que se ha convertido en mi mayor hobby, y que no es otra
que hacer partícipe a quien así lo desee, de esas experiencias a través de
estas líneas.
Y para mi regreso nada más
apropiado que hacerlo por todo lo alto, porque en este tiempo he tenido la
oportunidad de probar algo que muy pocas veces se pone a nuestro alcance.
En muy contadas ocasiones tenemos
la oportunidad de aunar en un mismo momento dos auténticas maravillas como las que pude disfrutar hace
un par de semanas.
Una sucesión de elementos que han
dado como resultado una comida y una sobremesa difíciles de olvidar y de
repetir.
Como plato elegido una increíble
carne de buey que no necesitó más que una piedra a la temperatura adecuada y un
poco de sal Maldom para aderezarla. Y para acompaña esa carne, un vino muy singular
y que a cualquiera que tenga la oportunidad de probarlo le sorprenderá muy
gratamente, Palomero 2000. Un ribera del Duero singular y no muy fácil de
encontrar.
Como no podía ser menos, el
colofón a tan magnífica comida debía estar a la altura, y nada mejor que la
combinación de dos auténticas joyas. El cigarro, uno de esos tabacos que son ya
prácticamente imposibles de encontrar, y que pocos han tenido el privilegio de
degustar, un Ramón Allones Phoenicios edición exclusiva para Oriente Medio, y
el destilado un single malt realmente exclusivo, Glenfarclas The Family Casks
1964.
El cigarro en cuestión es una
vitola de galera Sublimes, con un cepo 54 y 164mm de longitud.
Un cigarro de estampa magnífica,
de capa colorada oscura y tacto esponjoso. Después de más de cuatro años
añejando en mi humidor el punto alcanzado era perfecto, y el compañero elegido no
le iba a la zaga.
El corte, con mi gastado pero
inseparable cortapuros de doble hoja fue perfecto, y el encendido lo realicé
con un torch de llama simple y ya desde el primer momento, con la primera
bocanada el cigarro comenzó a revelar sus espectaculares características.
Profundo sabor a tabaco, con
notas de madera y frutos secos y una leve punta dulzona… y todo ello acompañado
de amplias y sabrosas bocanadas cuyo humo dejaba en la estancia un aroma realmente espectacular.
El maridaje no pudo ser más
acertado y satisfactorio, mezclándose a la perfección el ligerísimo toque
ahumado del destilado con la madera del cigarro. El destilado, redondo en boca,
al igual que el cigarro, acompaño a este durante los tres tercios de la fumada,
llenándome de sensaciones y haciéndome disfrutar cada bocanada. Una combinación
de lujo que nos deja con la sensación de lamentar el final de nuestro cigarro.
Y en esta ocasión aun más, pues era mi último ejemplar y difícilmente volveré a
encontrarme con tan magnífica labor de tabaco.
Un momento realmente sublime y
una excelente forma de retornar a esta su ventana a los pequeños placeres de la
vida. El momento disfrutado, y por supuesto poder volver a compartirlo, fue, y
es todo un placer.
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