domingo, 2 de marzo de 2014

DE MARIDAJES. PLENA MADUREZ


Llegó un nuevo fin de semana y una vez más mi visita al estanco me proporcionó un nuevo reto.

En este caso,  y cayendo en la tentación de adentrarme en el mundo de las novedades no pude evitar hacerme con varias unidades de un cigarro que por ahora culmina una gama que me ha proporcionado no pocas satisfacciones y momentos inigualables.

Me refiero al Montecristo Doble Edmundo.

En primer lugar, y para ser completamente honesto, he de decir que hace ya algunos años, cuando los primeros Montecristo Edmundo llegaron a las estanterías de nuestros estancos mi sentimiento después de probarlos fue de decepción, opinión que compartieron conmigo varios aficionados . Sin embargo, y con el paso del tiempo el cigarro fue ganando en características y sensaciones, llegó su hermano pequeño, el Petit Edmundo, y se repitió la historia, pero desde entonces hasta hoy han evolucionado de tal forma que al menos en mi caso, se han convertido en unos de esos cigarros cuya presencia es constante en mi humidor.

Y ahora, ha llegado la madurez de la serie  con un cigarro que en mi modesto entender está llamado a convertirse en toda una referencia de la marca, a la altura de los grandes cigarros míticos de esta, como puede ser el Montecristo nº2.

El Gran Edmundo es un cigarro cuya vitola de galera es “Dobles”, con una longitud de 155mm y un cepo 50.

Una de las primeras cosas que nos llaman la atención a la vista es la nueva anilla, en la que destaca la flor de lis con un pequeño relieve y en dorado. Su aroma en frio me deja recuerdos a madera, cuero y cacao.

Es un cigarro de aspecto bonito, elegante, suave al tacto y esponjoso.

Para acompañarlo elegí un single malt  a la altura de las circunstancias, un Glenlivet 18 años.
                                                                                      

Es este un destilado muy singular y elegante, con un bonito color oro viejo. En nariz nos deja recuerdos florales con notas dulces, a toffee, cacao y pasteleras.

En boca es complejo y elegante, siendo muy suave y agradable, repitiendo esas notas dulces, a caramelo y teniendo un final largo y con un leve toque seco.

El cigarro nos deja desde el primer instante una bocanada amplia y untuosa, apareciendo en el primer tercio algunas puntas dulces, a madera  y leves recuerdos a cacao. En este periodo el malta predomina ligeramente sobre el cigarro, acentuando esas notas amaderadas y dejándonos algún punto salino.
La combustión y el tiro son sencillamente perfectos desde el primer momento, no siendo necesario rectificación alguna durante toda la fumada.

La evolución del cigarro es lineal y estable, e incluso es dificil apreciar notas muy diferenciadas en los diferentes tercios mas allá de percibir como van acentuándose los sabores percibidos durante el primer tercio, pero siguiendo una línea ascendente en sensaciones y alcanzando un punto muy especial . Es aquí cuando empezamos a percibir la magnífica combinación de este cigarro con el destilado. Las puntas dulces y de cacao del Montecristo combinan a la perfección con el caramelo y las notas pasteleras del whisky, dejándonos una sensación en boca muy redonda  y agradable.
                                                             

Ya en el tercer tercio, donde el cigarro nos muestra toda su fortaleza, los sabores se hacen mucho más patentes, volviéndose más cremoso y dejándonos el característico aroma de los Montecristo. Y aquí continúa ese perfecto balance entre nuestro habano y el malta elegido, haciéndonos tener esa sensación que todos en algún momento hemos tenido de desear que nuestra fumada no acabe y haciendo que la hora casi y media que dura este cigarro se nos haya hecho más corta de lo deseable.

Pero sin duda esta es una muy recomendable sensación, pues por un lado es señal de un maridaje muy acertado, y por otro ya que nos quedamos con ganas de más de seguro repetiremos este momento que ha sido como siempre, todo un placer.
 

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