sábado, 14 de mayo de 2011

ALGO MÁS QUE UNA TABERNA

Recientemente, y por motivos de trabajo recorrí parte de la costa levantina, recalando en la última parte de mi periplo en la ciudad de Alicante, Lucentum para los romanos.

Era la primera vez que visitaba la ciudad, y no tenía ninguna referencia sobre donde disfrutar de la cocina del lugar. Así que ya que mi hotel se encontraba justo al borde del estupendo puerto deportivo decidí aventurarme en el buscando algún restaurante.

Recorrí el puerto hasta que sin saber por que, uno de los locales me llamó especialmente la atención.
Un restaurante no muy grande, sencillo pero elegante, con una coqueta terraza con vistas a la marina y a la ciudad, con su castillo al fondo,  decorado con gran gusto y con un sugerente nombre, La taberna del Puerto.
No lo dudé y ocupe una mesa junto al ventanal de la terraza.
 
La carta, como no podía ser de otra forma, estaba dominada principalmente por los productos típicos del Mare Nostrum.
Así que tras contemplar la oferta, mi elección fue una Ensalada Templada con chipirones a la plancha, plato muy bien presentado y original, y algo más tradicional pero no por ello menos sugerente, Dorada salvaje a la brasa.
 
Ambos platos llenaron con creces mis expectativas, y he de señalar que el punto de la dorada era excelente.
Para acompañar la cena elegí de la completa carta de vinos un albariño, en concreto un Pazo Pondal, magnifico vino que fue un perfecto complemento para ambos platos.

Como postre no pude resistirme con una de mis debilidades, Leche frita, pero en esta ocasión acompañada con una tulipa de helado de turrón.

El servicio fue en todo momento muy correcto, y el ambiente del local más que agradable. Disponen además de una web muy completa, www.tabernadelpuerto.com

Decididamente mi recorrido por el puerto fue de lo más acertado, y mi elección inmejorable. Un lugar muy recomendable y que aconsejo a todos los que tengan la suerte de pasar por la ciudad de Alicante, tanto por el servicio como por la comida y por supuesto por las magníficas vistas.

La velada la rematé no muy lejos de allí, sin abandonar el puerto, disfrutando de la inmejorable temperatura y al amparo de esas vistas que me habían cautivado y, como no podía ser de otra forma con un estupendo cigarro en mis manos, un Montecristo Gran Edmundo, desde luego y una vez más, todo un placer.





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